En ciertos momentos podemos sentir que nada se puede hacer para generar un cambio significativo en cierto ámbito de nuestra convivencia. Es como si la magnitud e inercia del sistema en que estamos inmersos, fuera una arquitectura relacional invisible que nos envuelve momento a momento. Es cuando el miedo, la angustia, la frustración y la inseguridad nos desorientan para sacarnos de nuestro propio centro, es decir, nos desarmonizan en nuestro vivir. Es cuando perdemos presencia ante lo que nos sucede. Solo podemos salir de esta desorientación a través de la toma de conciencia por medio de la reflexión y atención sobre nosotros mismos.
Nuestra historia individual se va dibujando desde esta misma cultura, pero conservar patrones de cada cultura es decisión de cada uno. Cuando nos damos cuenta que somos un individuo dentro en un colectivo, podemos elegir si queremos seguir viviendo el vivir que estamos viviendo. Podemos cambiar la deriva de nuestro vivir y el de nuestro entorno. La principal herramienta que tenemos para entender la salida de la inercia que sentimos que día a día nos envuelve y aleja de nuestro centro, es la reflexión.
Es como si nuestro cuerpo fuera arrastrado y se embargara ante el cansancio que ha significado la entrega de energía que hacemos cada día. Para conectar en la instancia reflexiva no podemos dejar a un lado al cuerpo, no es sólo entendimiento en las ideas. Es el cambio en nuestra disposición corporal lo que permite la armonía entre una nueva manera de pensar y la nueva disposición corporal que lo acoja.
La respiración y la atención a la corporalidad nos permiten buscar nuevas formas de sentirnos a nosotros mismos en lo que vemos y hacemos, sentimos y pensamos.
Es el surgimiento de un saber mirar con propósito que se manifiesta en el despliegue del espíritu colectivo de la organización. Es un saber en el que nos sentimos vistos mutuamente, en dónde escogemos mirar lo que hacemos desde una perspectiva más amplía que solo mi vivencia: dejamos aparecer a la organización, al equipo y a cada persona desde su propia legitimidad. Nos permitimos incluso a nosotros mismos hacernos parte de esta gran arquitectura que conservamos con lo que hacemos.
Si estamos dispuestos a encontrarnos para transformar juntos nuestro entorno, solo podremos hacerlo si somos capaces de reconocernos susceptibles al cambio. Esta es una disposición relacional muy desafiante de adoptar, ya que desafía la forma en que hemos estado sintiendo, viendo y viviendo nuestro día a día, vale decir, nos interpela ante la posibilidad de cambio. Es lo que sin darnos cuenta estamos pidiendo a otros cuando les estamos mostrando algo que no ven. Es la invitación a soltar, dejar ir algo que ni siquiera a veces sabíamos que teníamos en nuestro vivir.